La
Inquisición
"Bernardo Gui se situó en el centro
de una gran mesa de nogal, en la sala capitular. Junto a él,
un dominico desempeñaba las funciones de notario; a izquierda
y derecha, dos prelados de la legación pontificia hacían
de jueces.
El Abad se volvió hacia Guillermo para decirle por lo bajo:
-No sé si el procedimiento es legítimo (...).
-El inquisidor no está sometido a la jurisdicción
regular -dijo Guillermo-, y no está obligado a respetar las
normas del derecho común. Goza de un privilegio especial,
y ni siquiera debe escuchar a los abogados (...).
Remigio estaba reducido a un estado lamentable. Miraba a su alrededor
como un animal muerto de miedo, como si reconociese los movimientos
y los gestos de una liturgia temida(...). Si el infeliz Remigio
era presa de sus propios terrores, Bernardo Gui por su parte, sabía
muy bien cómo transformar en pánico el miedo de sus
víctimas. No hablaba: mientras todos esperaban que comenzase
el interrogatorio, sus manos se demoraban en unos folios que tenía
delante; fingía ordenarlos, pero con aire distraído.
En realidad, su mirada apuntaba al acusado; una mirada mixta, de
hipócrita indulgencia (como para decir: "no temas, estás
en manos de una asamblea fraterna que sólo puede querer tu
bien"), de helada ironía (como para decir: "Todavía
no sabes cuál es tu bien, pero pronto te lo diré")
y de implacable severidad (como para decir: "En todo caso,
aquí yo soy tu juez, y me perteneces").
Cualquier
tiempo pasado fue mejor
"Los hombres de antes eran grandes y hermosos
(ahora son niños y enanos), pero ésta es sólo
una de las muchas pruebas del estado lamentable en que se encuentra
este mundo caduco. La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia
está en decadencia, el mundo marcha patas arriba, los ciegos
guían a otros ciegos y los despeñan en los abismos,
los pájaros se arrojan antes de haber echado a volar, el
asno toca la lira, los bueyes bailan, María ya no ama la
vida contemplativa y Marta ya no ama la vida activa, Lea es esteril,
Raquel está llena de lascivia, Catón frecuenta los
lupanares, Lucrecio se convierte en mujer. Todo está descarriado.
Demos gracias a Dios de que en aquella época mi maestro supiera
infundirme el deseo de aprender y el sentido de la recta vía,
que no se pierde por tortuoso que pueda ser el sendero."
(Adso de Melk, ya viejo, en el Prólogo)
Disidencia
y herejía en la Iglesia
"Cuando en el último
tercio del siglo pasado (s.XIII), el concilio de Lyon, salvando
a la orden franciscana de los ataques de quienes querían
disolverla, le concedió la propiedad de todos los bienes
que tenía en uso (...) sucedió que algunos frailes
se rebelaron, porque consideraban que así se traicionaba
definitivamente el espíritu de la regla, pues un franciscano
no debe poseer nada, ni como persona, ni como convento ni como órden.
Aquellos rebeldes fueron condenados de por vida. A mí no
me parece que predicaran nada contrario al Evangelio, pero cuando
entra en juego la posesión de los bienes terrenales es difícil
que los hombres razonen con justicia(...).
Sin embargo, (el papa Juan XXII) había comprendido que para destruir la mala hierba de los fraticelli, que socavaban la autoridad de la iglesia, era necesario condenar las proposiciones en que se basaba su fe. Ellos sostenían que Cristo y los apóstoles no habían tenido propiedad alguna, ni individual ni común, y el papa condenó esta idea como herética. Lo que no deja de ser asombroso, porque ¿cómo puede un papa considerar perversa la idea de que Cristo fue pobre? pero un año antes se había reunido en Perusa el capítulo general de los franciscanos, y había sostenido, precisamente, dicha idea; por tanto, al condenar a los primeros el papa condenaba también éste último. Como ya he dicho, aquella decisión del capítulo le ocasionaba gran perjuicio en su lucha contra el emperador. Así fue como a partir de entonces muchos fraticelli, que nada sabían del imperio ni de Perusa, murieron quemados." |