Los
monasterios
I. El Clero era el estamento que se dedicaba
a la oración (oratores) y a rogar por los otros dos estamentos.
Hemos de distinguir entre el alto clero (obispos, abades..., es
decir, señores feudales con grandes propiedades) y bajo clero
(sacerdotes y frailes). Al igual que el castillo, el monasterio
era otro centro de poder, pero además era un lugar de oración,
estudio y trabajo. Geográficamente estaba situado en un punto
aislado, pero estratégico.
II. El monasterio era un centro de oración y, a
la vez, centro económico. Estaba constituído por un
grupo de edificaciones, cada una de las cuales tenía una
función concreta.
- La iglesia
- El claustro
- El refectorio
- La sala capitular
- El scriptorium
- La hospedería
III. En 1348 una epidemia de peste afectó a la población
europea y causó la muerte de millones de personas. Y, a pesar
de que en 1351 ya había diezmado Europa y parecía
terminada, la peste siguió produciendo diversos brotes en
los años siguientes. De hecho no se extinguió totalmente
hasta finales del siglo XVII.(...). Todo esto dio lugar a numerosas
revueltas campesinas, que afectaron al campo europeo durante los
siglos XIV y XV.
IV. La Iglesia era un poder feudal más, por sus
bienes inmuebles, en especial tierras. Por su parte, los monarcas
procuraban controlar los cargos eclesiásticos, imponiendo
a los obispos e invistiendo a los abades. las consecuencias de esta
situación fueron la simonía o venta de cargos al mejor
postor y el nepotismo, situación que se produce cuando los
laicos acceden a cargos eclesiásticos por parentesco con
el donante.
Pronto los fieles empezaron a desconfiar de la jerarquía
y surgieron personas que pedían la reforma de la Iglesia.
Las órdenes monásticas, por una parte, y las herejías,
por otra, intentaron acabar con los abusos y el desprestigio de
la Iglesia.
V. A principios del
siglo XIII, aparecieron otras órdenes de carácter
urbano, las órdenes mendicantes, que carecían de bienes
propios y subsistían gracias a la limosna y la caridad. Los
franciscanos (fundados por san Francisco de Asís) y los dominicos
(por santo Domingo de Guzmán) fueron las más importantes.
(...) Aparecieron las herejías, doctrinas que ponían
en duda las concepciones de la Iglesia. ya en los primeros tiempos
del cristianismo se habían puesto en duda determinados conceptos,
pero ahora se atacaba a la jerarquía, las riquezas y la propiedad
de la Iglesia. (...) Para contrarrestar las herejías, la
Iglesia creó la Inquisición, cuya organización
estaba en manos de los dominicos.
Fin de
la Edad Media
Toda época suspira por un mundo mejor. Cuanto
más profunda es la desesperación causada por el caótico
presente, tanto más íntimo es ese suspirar. Hacia
el fin de la Edad Media es una amarga melancolía el tono
fundamental de la vida (...) La nostalgia de una vida más
bella ha visto delante de sí en todo tiempo tres caminos
que se dirigen hacia una meta lejana. El primero ha conducido por
lo regular fuera del mundo: es el camino de la negación de
éste. La vida más bella sólo parece ser asequible
en el más allá, sólo puede ser un desprendimiento
de todo lo terrenal (...).
El cristianismo había impreso tan poderosamente en los espíritus
esta aspiración - como contenido de la vida individual- que
durante largo tiempo impidió casi por completo que se intentase
el segundo camino. El segundo camino es el que conduce al mejoramiento
y perfeccionamiento del mundo. la Edad Media apenas ha conocido
esta aspiración. El mundo era para ellos tan bueno y tan
malo como podía ser; es decir, todas las cosas, puesto que
Dios las ha querido, son buenas; los pecados de los hombres son
los que tienen al mundo en la miseria (...) El tercer camino (...)
conduce hacia el país de los sueños (...) Puesto que
la realidad terrena es tan desesperadamente lamentable y la negación
del mundo tan difícil (...) perdámonos en el país
de los ensueños y fantasías que velan la realidad
con el éxtasis del ideal (...). La cultura literaria se ha
edificado entera, desde la Antigüedad, sobre estos temas: el
tema de los héroes, el tema de la sabiduría, el tema
bucólico.
Hacia el final de la Edad Media, cuando empezaba
a agitarse un espíritu nuevo, seguía siendo imposible
en principio la antigua elección entre Dios y el mundo: la
total repudiación de toda la magnificencia y belleza de la
vida terrena (...) con peligro de perder el alma.
Johan Huizinga, El otoño
de la Edad Media
La
abadía
"Mientras trepábamos por la abrupta vereda
que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me
impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que
había visto en todo el mundo cristiano, sino la mole de lo
que después supe que era el Edificio. Se trataba de una construcción
octogonal que de lejos parecía un tetrágono (figura
perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de
la Ciudad de Dios), cuyos lados meridionales se erguían sobre
la meseta de la abadía, mientras que los septentrionales
parecían surgir de las mismas faldas de la montaña,
arraigando en ellas y alzándose como un despeñadero.
Quiero decir que en algunas partes, mirando desde abajo, la roca
parecía prolongarse hacia el cielo, sin cambio de color ni
de materia, y a convertirse, a cierta altura, en burche y torreón
(obra de gigantes acostumbrados a tratar tanto con la tierra como
con el cielo). Tres órdenes de ventanas expresaban el ritmo
ternario de la elevación, de modo que lo que era físicamente
cuadrado en la tierra era espiritualmente triangular en el cielo.
Al acercarse más se advertía que, en cada ángulo,
la forma cuadrangular engendraba un torreón heptagonal, cinco
de cuyos lados asomaban hacia fuera; o sea que cuatro de los ocho
lados del octógono mayor engendraban cuatro heptágonos
menores, que hacia fuera se manifestaban como pentágonos.
Evidente, y admirable, armonía de tantos números sagrados,
cada uno revestido de un sutilísimo sentido espiritual. Ocho
es el número de la perfección de todo tetrágono;
cuatro el número de los evangelios; cinco el número
de las partes del mundo; siete el número de los dones del
Espíritu Santo. Por la mole, y por la forma, el Edificio
era similar a Castel Urbino o a Castel del Monte, que luego vería
en el sur de la península italiana, pero por su posición
inaccesible era más tremendo que ellos, y capaz de infundir
temor al viajero que se fuese acercando poco a poco. Por suerte
era una diáfana mañana de invierno y no vi la construcción
con el aspecto que presenta en los días de tormenta.
Sin embargo, no diré que me produjo sentimientos
de júbilo. Me sentí amedentrado, preso de una vaga
inquietud. Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto,
y que interpreté correctamente inequívocos presagios
inscritos en la piedra el día en que los gigantes la modelaran,
antes de que la ilusa voluntad de los monjes se atreviese a consagrarla
a la custodia de la palabra divina."
Descripción de la abadía en "El
nombre de la rosa" de Umberto Eco
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